20/8/08
MI párpado izquierdo
Ayer ví una película excelente. Se trata de la producción francesa “La escafandra y la mariposa”, una adaptación cinematográfica del libro del periodista francés Jean Dominique Bauby, quien relata su propia experiencia en el hospital tras sufrir un accidente cerebrovascular. Bauby, a consecuencia del ACV, padece el “síndrome de Locked-in”, por el cual queda completamente paralizado, a excepción de su ojo izquierdo. A través de ese ojo, y mediante un sistema que incluye similares dosis de ingenio y paciencia, sus acompañantes terapeúticas establecen una manera en la que el paciente puede primero deletrear palabras para comunicarse –con un parpadeo interrumpe la enumeración, y la última letra es la que se “anota”, como en los sms-, y luego empezar a escribir bellísimos artículos que relatan sus impresiones dentro del hospital, la historia del lugar, sus sensaciones durante la internación, sus reflexiones a partir de esa dolorosa y a la vez trascendente experiencia.
Tenía muchas ganas de ver esa película, ya que a través de los avances noté que la cámara subjetiva en un permanente “plano-secuencia”, con la voz en off del protagonista, refleja muy fielmente lo que se siente en circunstancias similares. El protagonista piensa respuestas a comentarios de las personas que andan a su alrededor –médicos, enfermeras, etc.- y protesta “¿Por qué no me escuchan?”, también refleja la puntillosa y hasta sofisticada lucidez intelectual del periodista accidentado, cuya mente sigue trabajando con gracia y elegancia expresiva, con sentido del humor e ironía mientras quienes se le acercan apenas le hablan porque ven en él a una “cosa” inerte.
Como dice la publicidad del narigón con un auto canchero: “Yo estuve ahí, no es fácil”. Me impresionó cómo la película refleja tan bien las sensaciones de alguien que ha sobrevivido a un ACV (tal como me sucedió hace más de 5 años) y ese contraste entre el bullicioso mundo interior y la percepción “vegetal” con la que es visto alguien en ese estado. También me hizo acordar con mucho cariño de mis fonoaudiólogas en el Hospital Argerich, como Natalia Bonavía, de mi kinesióloga Graciela Marquez, además de Gonzalo Eztala, el neurocirujano asignado al seguimiento de mi recuperación (a quien dos años después encontré en Aeroparque para viajar juntos en el mismo avión a Mendoza, casi como en una película de Tom Hanks de domingo a las 8 de la noche). Lo cierto es que con el sistema del párpado, Bauby logra escribir un libro maravilloso.
Una de sus preocupaciones era cómo había llegado a su accidente cerebrovascular, y allí se encuentra mi mayor punto de contacto con ese personaje, además de la patología concreta. Bauby recuerda finalmente el momento, pero no la causa. Yo tengo una hipótesis. Jean Dominique era editor de una revista fashion. Igual que yo en el momento de mi ACV. Debe haber una seria influencia de ese ambiente de modelos anoréxicas, diseñadores de ropa, fotógrafos, y publicistas de grandes aspiraciones, donde la falta de uso racional, sensible e inteligente del cerebro termina inutilizándolo del todo. Bauby se redimió escribiendo ese libro extraordinario, cuya adaptación al cine no sólo es recomendable, sino imperdible. Yo trato de redimirme, desde entonces, viviendo una vida más humana y escribiendo algunas ideas que hagan de este mundo un lugar más bello en un sentido más profundo que la impostada “perfección” de una foto publicitaria.
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