9/3/09
Entre “la musa” de Fontanarrosa y los “malcriaditos del estado de Bienestar”
Ayer vi “Revolutionary Road”, la reciente y muy premiada película de Sam Mendes con Kate Winslet y Leonardo Di Caprio. La trama muestra a una pareja de clase media en los Estados Unidos de la década del '50, agobiada por la rutina y el tedio, sacrificando ella su sueño de ser actriz y de irse a vivir a París, porque él ha obtenido un ascenso en su tedioso empleo y ella ha quedado nuevamente embarazada.
Sabe Dios y todos cuantos me conocen que lejos estoy de asumir posiciones conservadoras o conformistas, pero la postura de estos dos “malcriaditos del estado de Bienestar” me sacó de quicio. Lo primero que se me ocurrió comentar al final de la proyección fue “Ay, sorry, disculpame por haber recibido un aumento de sueldo…”
Porque el problema era que en la película se transmitía la idea de que había una sola alternativa: que las cosas podrían haber sido mejores. Cuando en realidad existía la posibilidad de que fueran peores. ¿No te gusta el estado de bienestar en los Estados Unidos de mediados del siglo XX? Fenómeno: te invito a trabajar 12 horas en una librería de un shopping los domingos durante la flexibilización menemista. Y era un buen escenario, de los mejores que se me habían presentado hasta entonces. O si no, te invito a trabajar en una plantación de cañamo en Namibia o Sudáfrica, y además ser negro.
Esa posición de sospechar que siempre las cosas podrían haber sido mejores es una manera de fabricar artificialmente frustraciones. ¿Por qué habrían de haber sido mejores? Y sobre todo, ¿qué hiciste para que lo fueran? Por lo pronto, ¿qué hizo la pareja de Revolutionary Road?
Nada.
Ni siquiera elaboró una estrategia para ir a París: buscar contactos para tener el trabajo de secretaria que ella descontaba que tendría, hacer cálculos realistas de costo de vida y duración de los ahorros, etc. Porque hasta para hacerse hippie hace falta estrategia y un mínimo planning.
Hay un cuento sensacional de Fontanarrosa, llamado “Inspiración” en el que un autor que vendió por anticipado una obra de teatro que ni siquiera empezó a escribir, justifica su vagancia en que ya llegará la musa en su ayuda. Finalmente, aparece la “musa”, un personaje esperpéntico, que le dice que traiga un termo de café, la máquina de escribir y muchas hojas, porque “vamos a trabajar toda la noche”.
Los sueños no se cumplen por arte de magia, se alcanzan con esfuerzo. La mejor “inspiración” consiste en trabajar toda la noche, llegado el caso. Y sobre todo (recuerdo lo tedioso que era el servicio militar hasta que “por fin pasó algo interesante” y estalló la Guerra de Malvinas) hagámosnos de una vez a la idea de que, en ciertos casos por lo menos, el aburrimiento suele ser un mal menor.