14/3/10

Crónica de un niño solo


De acuerdo con el dramaturgo Eugene O`Neill, todo buen relato consiste, básicamente, en “un secreto que se revela”.
“El Pibe”, la biografía de Mauricio Macri escrita por Gabriela Cerruti, revela infinidad de secretos acerca de esa "famiglia" vinculada a los negocios y el poder en la Argentina, pero no es ése el rasgo que lo convierte en un excelente relato.
El gran mérito del nuevo libro de Cerruti, acaso su ópera magna (hablar de “capo lavoro” en este caso sería incurrir en un exceso de sarcasmo), es haber podido trascender los límites del género de biografía-escandalosa-de-político-en-auge-para-leer-en-Punta-del-Este. Es decir, más allá de las revelaciones estrepitosas que abundan a lo largo de esta historia muy bien contada, hay también una mirada profunda, incisiva, sobre el personaje biografiado.
Hay que decir que Gabriela Cerruti es, además de una brillante escritora y periodista, una política destacada. Un poco a la manera de Francois Truffaut, el genial director de cine de la nouvelle vague, quien pasó detrás de la cámara luego de haber sido crítico de cine en la revista "Cahiers du Cinemá", Cerruti pasó de comentar la política a hacerla, y actualmente es diputada al parlamento de la ciudad de Buenos Aires, por una agrupación política de centro-izquierda, acérrima opositora al gobierno del PRO. Desde allí, ha tenido una ubicación privilegiada para observar de cerca las prácticas políticas de Mauricio Macri. Pero es su talento narrativo, puesto de manifiesto desde “El jefe”, la biografía de Carlos Menem escrita dos años antes de su acceso a la presidencia, el que ha sabido desmenuzar la información para convertirla en una narración plena de sentido y sentidos.
“El pibe” se lee de corrido y de un tirón, porque es un texto fascinante, pero el mérito no es de la vida de Mauricio Macri, sino de la obra de Gabriela Cerruti. Ella ha sabido recortar el encuadre de tal manera que hasta por momentos se tiene la sensación de estar observando un “Macri bueno”, en el mismo sentido en que era prejuzgado como “aparentemente bueno” el retrato del Hitler decadente de sus últimos días en el bunker magistralmente interpretado por Bruno Ganz en el film “La caída”. El mérito en ambos casos es reflejar que se trata de seres humanos, mucho más imperfectos y vulnerables que los ìconos en que procuraron convertirse para idolatría de sus seguidores. Macri en “El pibe” aparece como una mezcla entre el “Captan Charlie” de la novela de Tom Wolf “Todo un hombre” y el atribulado Kane/Hearst de “El ciudadano”. Claro que es difícil imaginarlo, como al personaje de Tom Wolf, cediendo todo su dinero tras haber adherido a una bizarra forma de estoicismo para finalmente convertirse en un predicador religioso televisivo. Más quisiéramos. Pero Macri –que no es un “iluminado”, y menos aún en el sentido budista- encarna la más profunda codicia, y la ira motivada por la ignorancia.
De la lectura de “El pibe” queda claro que Macri no es un pusilánime con bajo coeficiente intelectual, ni un psicótico desaforado imbuido de una supuesta misión sagrada. No, es mucho más inteligente y sensato que eso. Y aún así, “no le da el Pinet” para ser presidente.
De todas maneras, “El pibe” es un libro lo suficientemente bueno como para exceder su destino de herramienta política de propaganda. De hecho, Cerruti lo ha escrito con absoluta honestidad intelectual, sin cargar las tintas ni “photoshopear” de oscuridad un retrato que resulta sombrío a partir de la simple enumeración de los hechos (a tal punto que el propio biografiado es una de las principales fuentes de información). Al final del libro, la autora explica su doble rol de escritora y política. Pero, así como a Macri “no le da el Pinet” para ser presidente, queda la sensación de que a Cerruti “le sobra paño” para escribir este tipo de libros. Es evidente que ya está lista para dar otro gran paso, quizás “cruzando las grandes aguas” hacia la ficción, como en su momento lo hizo Tom Wolf, el creador del “nuevo periodismo”. Por lo pronto, “El pibe” es un texto que supera con creces el rol utilitario de, metafóricamente, ser catapultado como objeto arrojadizo para romper los cristales de las ventanas del despacho del Jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires. Es un texto extraordinario, que como “El ciudadano” de Orson Welles, sobrevivirá y eclipsará con el tiempo al propio protagonista de la biografía. Un niño rico que creció con tristeza y, como tal, no parará hasta "conquistar Rusia" para compensar sus frustraciones infantiles.
Lamentablemente, no hay muchas garantías de que los lectores de clase media de este libro comprendan que en vez de irritarse ante la demora de tránsito que ocasiona un piquete compuesto por “gente que recibe un subsidio estatal de $800 por no hacer nada” debería quizás empezar a tocar bocina con más énfasis en los peajes de las autopistas que les cobra la "famiglia" Macri, gente que recibe subsidios de millones de dólares del Estado por hacer negocios muy rentables para ellos. Y que ahora, a través de Mauricio, esta esperpéntica mezcla de Isidorito con Mr Burns que muchos “aspiracionalistas” idolatran, van a por el Estado mismo.