Decía Carlos Marx que “la historia se repite: primero como tragedia, después como comedia”. La frase lo alcanzó a él mismo, cuando otro Marx (Groucho) desacralizó los fanatismos ideológicos con la no menos inolvidable frase: “Tengo mis principios. Pero si no le gustan, tengo otros”.
Algo de ese proceso de celebrable transformación o pasaje de la tragedia a la comedia se percibe en las canciones de Richard Cheese, seudónimo del comediante de Las Vegas Mark Johnathan Davis, quien reversiona con arregos similares a las big bands de Glen Miller o al Modern Jazz Quartet de Dave Brubeck, los temas más oscuros, deprimentes, góticos y trágicos del rock contemporáneo.
“Creep” de Radiohead se tranforma así en un pegadizo estribillo de comedia musical digno de una coreografía de Fred Astaire; “Esta es una para las damas”, anuncia con voz de presentador de casino y comienza a cantar un desopilante arreglo de “Rape me” (“viólame”) de Nirvana; “Enter Sandman” de Metallica se resuelve con un corito de villancicos y muchos bronces alegres; “Material Girl” es cantada con énfasis en el estribillo (“soy una chica material…”) pero con la voz bien grave, algo así como escuchar a Ricardo Iorio, el ripioso vocalista de Almafuerte cantando “Yo quiero ser dueña del cielo/ y un pinar…”
También hay gags muy graciosos en “One step closer” de Linking Park, con una insistencia en hacer callar a la banda a partir del estribillo que dice “Shut up” (cállate); o la introducción símil grito de Tarzán en “Wellcome to the jungle” de los Guns & Roses, entre otras intervenciones que recuerdan por momentos a Frank Sinatra, más Frank Zappa más Les Luthiers.
Una perlita es la versión de “The girl is mine”, aquel dueto entre Michael Jackson y Paul Mc Cartney en el que los cantantes se disputaban una mujer; aquí el dueto es con la presunta voz computarizada del científico Stephen Hawking.
La música de Richard Cheese es ideal para quienes piensan, parafraseando a Mafalda, que cuando algo es demasiado trágico sólo resta tomárselo a broma; o para quienes procuran –al igual del personaje de Eduardo Blanco en “El hijo de la novia”- hacer “chan-chán” sobre el tango de sus vidas. Cheese logra en sus versiones desopilantes transformar la gravedad apesadumbrada de aquellas densas canciones en rítmicas anécdotas cómicas, repitiendo como comedia lo que fue creado como tragedia.
Hace poco, en el programa de radio “Falso impostor” por la FM Rock & Pop, debatían con lucidez sobre la “música depresiva”: allí eran mencionados Nick Cave, Tom Waits, Leonard Cohen, Lou Reed, Radiohead, Portishead, entre otros exponentes de esas melodías que yo solía escuchar bajo los efectos de sedantes, cigarrillos, vodka y hectolitros de café, acaso como substancias que permitían absorber –anestesiar incluso- esos nocivos mensajes (entre ellos: la estereotipada noción de que las expresiones artísticas deprimentes, angustiantes y hasta sórdidas indican la presencia de un presunto mayor caudal de “inteligencia” o “profundidad”); en un proceso bastante parecido al de las pastillas lisérgicas que contribuyen a asimilar la música “trance”, valga la palabra, o electrónica. Ahora que no tomo drogas, no tomo alcohol, no tomo café, no tomo taxis y he dejado de fumar, los domingos a las 7 de la tarde escucho a Richard Cheese.
Les recomiendo, de corazón, todas esas desintoxicaciones, incluida la específicamente musical mencionada en este comentario.
Algo de ese proceso de celebrable transformación o pasaje de la tragedia a la comedia se percibe en las canciones de Richard Cheese, seudónimo del comediante de Las Vegas Mark Johnathan Davis, quien reversiona con arregos similares a las big bands de Glen Miller o al Modern Jazz Quartet de Dave Brubeck, los temas más oscuros, deprimentes, góticos y trágicos del rock contemporáneo.
“Creep” de Radiohead se tranforma así en un pegadizo estribillo de comedia musical digno de una coreografía de Fred Astaire; “Esta es una para las damas”, anuncia con voz de presentador de casino y comienza a cantar un desopilante arreglo de “Rape me” (“viólame”) de Nirvana; “Enter Sandman” de Metallica se resuelve con un corito de villancicos y muchos bronces alegres; “Material Girl” es cantada con énfasis en el estribillo (“soy una chica material…”) pero con la voz bien grave, algo así como escuchar a Ricardo Iorio, el ripioso vocalista de Almafuerte cantando “Yo quiero ser dueña del cielo/ y un pinar…”
También hay gags muy graciosos en “One step closer” de Linking Park, con una insistencia en hacer callar a la banda a partir del estribillo que dice “Shut up” (cállate); o la introducción símil grito de Tarzán en “Wellcome to the jungle” de los Guns & Roses, entre otras intervenciones que recuerdan por momentos a Frank Sinatra, más Frank Zappa más Les Luthiers.
Una perlita es la versión de “The girl is mine”, aquel dueto entre Michael Jackson y Paul Mc Cartney en el que los cantantes se disputaban una mujer; aquí el dueto es con la presunta voz computarizada del científico Stephen Hawking.
La música de Richard Cheese es ideal para quienes piensan, parafraseando a Mafalda, que cuando algo es demasiado trágico sólo resta tomárselo a broma; o para quienes procuran –al igual del personaje de Eduardo Blanco en “El hijo de la novia”- hacer “chan-chán” sobre el tango de sus vidas. Cheese logra en sus versiones desopilantes transformar la gravedad apesadumbrada de aquellas densas canciones en rítmicas anécdotas cómicas, repitiendo como comedia lo que fue creado como tragedia.
Hace poco, en el programa de radio “Falso impostor” por la FM Rock & Pop, debatían con lucidez sobre la “música depresiva”: allí eran mencionados Nick Cave, Tom Waits, Leonard Cohen, Lou Reed, Radiohead, Portishead, entre otros exponentes de esas melodías que yo solía escuchar bajo los efectos de sedantes, cigarrillos, vodka y hectolitros de café, acaso como substancias que permitían absorber –anestesiar incluso- esos nocivos mensajes (entre ellos: la estereotipada noción de que las expresiones artísticas deprimentes, angustiantes y hasta sórdidas indican la presencia de un presunto mayor caudal de “inteligencia” o “profundidad”); en un proceso bastante parecido al de las pastillas lisérgicas que contribuyen a asimilar la música “trance”, valga la palabra, o electrónica. Ahora que no tomo drogas, no tomo alcohol, no tomo café, no tomo taxis y he dejado de fumar, los domingos a las 7 de la tarde escucho a Richard Cheese.
Les recomiendo, de corazón, todas esas desintoxicaciones, incluida la específicamente musical mencionada en este comentario.