26/7/08

Una buena historia (clínica)



Quizás sea por haber estado inconciente un mes (y una semana en coma). Quizás por haber tenido un derrame cerebral hace cinco años. Quizás no sea el vino, quizás no sea nada. O acaso fueran esas tempranas lecturas de J.B. Priestley y sus fantasías de tiempos paralelos, o demasiado Cortázar en la adolescencia, pero ahora le estoy hablando a mi psiquiatra –la Dra. Trotta- de mis nuevas lecturas hinduistas y budistas que hablan de la “serendipidad”, la comunicación mente-a-mente, la posibilidad de transmitir energía cósmica a través del reiki, o de mandar y recibir mensajes, más bien sensaciones, de manera casi telepática.


Lo bueno de la Dra. Trotta (a quien prefiero llamar por su nombre de pila, que es “Yamila”, humanizar a mi terapeuta contribuye al tratamiento. Confío en una persona más que en mil teorías y en diez mil pastillas) es que se parece al acupunturista de la serie “Eli Stone”, es casi un amigo confidente para compartir una cerveza en el pub a la salida de la oficina.
En consecuencia, Yamila no sólo no me toma de la muñeca ni me dice “tranquilo, tranquilo, por acá…”, sino que me explica ciertas vinculaciones entre las emociones y ese tipo de percepciones “telepáticas” (las comillas, obvio, son de ella). Luego halaga “el coraje de los duelistas” para afrontar y atravesar las experiencias dolorosas y traumáticas del pasado (entre ellas, haber estado inconciente un mes, una semana en coma, etc., etc.), y finalmente me confirma que me ve muy bien instalado en el presente, con las experiencias del pasado como referencia, pero con el futuro como objetivo. Por lo tanto, me anuncia una drástica disminución en la medicación, progresiva pero sostenida, con vistas a dejar de tomar todo tipo de psicofármaco a la brevedad. “¿Viste? Ya te vas a desintoxicar del todo” me anuncia con una palmada en la espalda a la salida de la sesión en ese “gabinete de Mr Anderson” (por su parecido con la escenografía de la escena de “Matrix” en la que le tapan la boca y le meten el “bicho mecánico” a Keanu Reeves) que funciona como consultorio en el Servicio de Salud Mental del Hospital.

Ahora, parafraseando a la Negra Vernaci: “¿Puede ser tan turra la mente, Rolón?” No fue más que salir del edificio y empezar a tener durante todo el día unas desaforadas ganas de fumar y tomar café. “Sólo uno”, pensaba. “un permitido”, me autoengañaba.
Hasta que al anochecer, sentí que respiraba profundamente y daba por concluido el asunto. Nada de café, menos aún de cigarrillo. Me estoy desintoxicando química y anímicamente, dejando atrás las sustancias que me hacen mal y los malos recuerdos de las experiencias traumáticas. Incluso, hace una semana finalmente me entregué al tratamiento con la psicóloga embarazada y pecosa, le dije: “Creo que ahora sí estoy preparado para escuchar lo que tengas para decir sobre mi caso, sobre mí en general, y estoy dispuesto a considerarlo como una opinión calificada”.
Así que a las siete de la tarde volví a sentir que me encaminaba por el irreversible sendero de la desintoxicación, de la evolución, de la comprensión de que aunque ahora pueda entender los errores del pasado, en todas las áreas, ya no los puedo corregir retroactivamente. Puedo evitar los del futuro, comenzando por abstenerme de fumar. Hay una expresión de la “lengua popular” muy acertada. Esa que dice “ricataaateee” (“Rescatate”), cuando uno mejora sus hábitos. Es realmente un rescate, en todo el sentido de la palabra, teniendo en cuenta que las conductas tóxicas previas nos ponían frente a un peligro concreto.


Así que, mientras camino por Avenida Santa Fe, pienso en voz alta y me digo a mí mismo: “Tal parece que aprendiste a caminar sobre el papel de arroz, pequeño saltamontes”.
Después, me cuestiono por qué me hablo a mí mismo como si fuera otra persona, por qué me llamo “pequeño saltamontes”, y por qué hablo solo mientras camino por Avenida Santa Fe.
Y sobre todo, temo que la Dra. Trotta me escuche con la mente a la distancia y empiece a dudar de mis reales avances en el tratamiento.