3/7/08

Una película “de género”


Probablemente una de las mayores genialidades del filósofo Descartes haya sido el ejemplo que dio para impulsarnos a desconfiar de las percepciones: decía este matemático francés que si se observa, desde el centro de una habitación, el campanario de una iglesia ubicada a 100 metros de la ventana, ese campanario “parece que midiera 5 cm”.
Algo así pasa con la serie –y ahora la película- “Sex and the city”. No cuestiono la calidad artística ni las actuaciones de las actrices, tampoco el vestuario, dirección de arte, escenografías, etc. Pero sostengo –mejor quizás sería decir concibo- que las premisas de guión son engañosas, tramposas. Allí asistimos a las peripecias de after office de cuatro mujeres cuarentonas que, además de una activa vida profesional –el protagónico de Sarah Jessica Parker es una periodista que relata las crónicas de las experiencias del cuarteto-, atraviesan, valga la palabra, por una superpoblada agenda erótica, sobre la cual discurren en los consabidos after-office o terceros tiempos de diezmado equipo de hockey sobre césped. Y allí, lo que surge es una actitud cínica, escéptica, abrumada frente a la vida, insatisfecha a pesar de las múltiples y variadas búsquedas –y hallazgos- de placer carnal.
Eso es lo que más me molesta de la serie –y ahora la película-. Detrás de una aparente (como el campanario de la iglesia de Descartes) actitud liberada, moderna, descontracturada e independiente, lo que hay es una confirmación del discurso imperante. Una nueva versión de la “dialéctica de la-santa-o-la-puta”, funcional a la teocracia liderada por un megalómano fascistoide en que se ha convertido la sociedad estadounidense contemporánea. Como las brujas de Salem para los cuáqueros puritanos del siglo XVI, estas mujeres para –por- mantener una vida sexual activa y atractiva deben actuar como terribles malas personas.
Y sobre todo, que quede claro que tener una vida sexual activa no sólo no hace más felices a las mujeres, sino que por el contrario, las sume en la insatisfacción, la melancolía y el cinismo. Pero, eso sí, disfrazado de un aire de “qué cancheras que somos” para que se inscriba en la conciencia colectiva como un avance lo que en realidad es un viaje de vuelta al medioevo. Como escuché en el colectivo al pasar frente al afiche de “La Nación.com” que muestra una espantosa imagen de la guerra de Irak seguida por la frase “La realidad NO SE PUEDE cambiar”; al observarlo, alguien dijo: “las falacias se transmiten en la vía pública y se terminan legitimando en la sobremesa del asado familiar del domingo”.
Sépanlo: (al menos en opinión de este humilde & vintage “falócrata-opresor-de-género”), “Sex and the city” es una serie –y ahora una película- solapadamente puritana, desalentadora de la independencia femenina.
En lo personal, sigo creyendo que es posible encontrar mujeres con bellas piernas y actitud sensual, que a la vez tengan un posgrado en Princeton y hablen cinco idiomas y te expliquen las últimas tendencias de arte abstracto-conceptual, y (insisto, con perdón de la cacofonía, “y”) que a la vez sean capaces de sorprenderse con detalles de ternura, que se entusiasmen con el “detalle” de estar vivos, que sean, además de “buenas minas/hembras/mujeres”, buenas personas. ¿Es eso pedir demasiado? En la vida no, pero no es lo que se puede encontrar en “Sex and the city” (ni en la serie ni en la película). En estos tiempos, la nueva dicotomía irreconciliable (tipo “Liberación o dependencia”) parecería ser “estar advertidos-cool-adelantados-ser-unos-piolas bárbaros” o –en la otra punta- intentar de vez en cuando acercarse a un estado más o menos parecido a la felicidad. Pero la felicidad no vende: la economía posmoderna se basa en la frustración y la envidia (querer y no tener; querer tener lo que tienen los otros).
Así que, folks, usen esas dos horas para ver “Odette” o una con Cecile de France, para leer a Wilhem Reich (“La revolución sexual”, “La función del orgasmo”) o un libro de relatos eróticos.
O, mucho mejor aún, para disfrutar –sin guiones, ni prejuicios, ni mucho menos comentarios del personaje de Sarah Jessica Parker- de un intenso turno en “algún lugar tranquilo”.
Parafraseando una extraordinaria definición acuñada en el programa de radio “La pelota no dobla” (“El fútbol es simple. Lo complican los periodistas”), al fin de cuentas “La vida es simple. La complican los psiquiatras y los publicitarios”.